El principal mérito del actual debate sobre el impuesto lineal es que ofrece una oportunidad histórica para revisar muchos de los males del IRPF.
Este impuesto, que desde principios de los años ochenta viene representando el 30% del total de la recaudación impositiva del Estado, es además el más conocido por los contribuyentes españoles.
No extraña, por tanto, que genere tanta expectación entre las autoridades políticas, entre los agentes económicos y, por supuesto, entre el público en general. Al margen de la idoneidad de establecer una tarifa de tipo único, la discusión entorno al Impuesto Lineal es muy productiva porque pone el dedo en la llaga sobre la definición de la base imponible y sobre la idoneidad de deducciones y exenciones. Y aunque si bien es cierto que la discusión sobre deducciones y base imponible puede realizarse al margen del tipo único, la ventaja de hacerlo en el contexto del Impuesto Lineal es que la discusión de la base y las deducciones es parte intrínseca de este tipo de propuesta. Es decir, es imposible hablar de Impuesto Lineal sin cuestionarse seriamente la viabilidad, la eficacia y la razón de ser de todas y cada una de las deducciones, exenciones, bonificaciones y demás tratos de favor incorporados en la estructura del impuesto.
La experiencia de estos 25 años de reformas demuestra que plantear la discusión de estas cuestiones desde un impuesto tradicional con múltiples tipos impositivos para lo único que ha servido ha sido para aumentar la pléyade de deducciones, de dudosa eficacia y de incidencia cuestionable en la distribución de la renta. Sin duda, lejos de ser estéril, el debate sobre el impuesto lineal brinda una oportunidad única para valorar las posibilidades de reforma del IRPF.